Solo son palabras, dijiste, palabras rotas, vacías,
destrozadas, pero palabras al fin y al cabo. Con esas palabras me rompiste,
creí en ti y en esas que “solo” son palabras para acabar descubriendo que no
eran palabras, eran mentiras con bordes afilados y espinas.
Ya no sé qué hacer, conseguí romper la flor, pero la raíz
sigue empeñada en hacerse cada vez más profunda dentro de mi corazón y no hay
quien la saque, nadie excepto tú y tus “solo” palabras. Pero qué le voy a hacer
si ya no cuento contigo, si las conversaciones se han vuelto incómodas y los
silencios molestos, qué voy a hacer si el simple hecho de que alguien pronuncie
tu nombre lentamente, A-M-O-R, me destruye porque ya no creo en ti. Nada. No
puedo hacer nada. Tú siempre serás una espina clavada de cara insensible pero
interior a pedazos, una flor que no va a volver a florecer y que tiene forma
constante de capullo, cerrado, oscuro.
Las horas pasan, los días lloran y ni por primavera
reapareces, sigo siendo fría como en estos meses en que a pesar de las capas de
ropa nada derretía el hielo que se había formado en la superficie de mi piel y
que tú ya no eres capaz de deshacer. Rehúyo tu tacto, no lo niego, has
intentado aparecer en forma de otros, pero no eres él: él era capaz de hacerme
sonreír aun cuando mis pataletas me decían que tenía que seguir enfadada, que
él no merecía oírme reír.
A veces algo me hace sentir, te imagino, te veo en la
cara de la gente, pero solo me dueles y es que amor y dolor van siempre unidos
de la mano y es que quien se atreve a sentir tiene que admitir que, a pesar de
todo, siempre existen riesgos, riesgos que yo no me vi dispuesta a vivir. He
querido olvidar, a veces pienso que lo he conseguido, pero no es fácil, quizás
solo sea cuestión de tiempo, años y años para no recordar un pasado que, en
realidad, quiero dejar dentro de mí, porque no sería yo sin él, no sería yo sin
ti.
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