Son
casi las ocho y sigue siendo de día, o no, pero lo parece. Los reflejos de los
últimos rayos de sol tiñen los ladrillos, parecen más rojizos de lo que son.
Queda poco para que la gente se asome a sus ventanas o balcones a aplaudir,
pero de momento están vacíos, se nota la reclusión incluso a pesar del buen
tiempo. Tres personas pasean a sus perros en el parque y discuten ligeramente a
voces sobre la lógica del confinamiento sin darse cuenta de que, en cierto
modo, ellos disfrutan una libertad que muchos tienen privada. A partir de mañana, a estas horas, ya nos veremos las caras y a pesar de no ponernos nombre los "hasta mañana" que se gritan desde el balcón, a eso de las ocho y dos, ya irán dirigidos a alguien y no tanto a una silueta que se mueve al compás del tic, tac de sus manos, los aplausos.
Llevamos dos semanas, dos semanas de ese mínimo de un mes que se ha propuesto, y ya ha caído mucha gente, mayores y no tan mayores se han quedado sin personas importantes en su vida y otras, "simplemente" la han perdido. Cuando se empezó esta cuarentena a muchos nos costaba aceptar que la forma de vida que llevábamos iba a pararse de golpe, que nada iba a ser igual, pero creo que lo más complicado fue, en muchos casos, asumir que teníamos que dejar de pensar solo en el "yo" para pasar a pensar en los demás, hacer un fuerte ejercicio de empatía y no, no es tan fácil. Al principio la gente se quejaba de los jóvenes (como siempre, la verdad), se nos tachaba de irresponsables, egoístas y una serie de adjetivos calificativos que podrían clasificarse como de todo menos bonito... Siempre buscando el lado malo a todo y nunca el bueno, siempre extrapolando lo que hacen unos pocos a la mayoría y todo porque eso, lo bueno, no se ve. Afortunadamente, con el paso de los días la empatía ha empezado a llegar, al igual que el cansancio y para muchos la frustración, pero no quiero pensar qué sería todo esto si, además del encierro tuviéramos que escuchar, leer y aceptar que todo el rato se metieran con nosotros, ya sea por a o por b. Me gustaría agradecer el cambio de motivación, que ahora no se resalte constantemente lo malo, que ya tenemos suficiente con la situación, sino que haya pasado a resaltarse poquito a poco lo bueno, que se agradezca y se aprecien las cosas y a las personas, muchas a las cuales antes dábamos por sentado.
A muchos nos han cortado las alas, nos han borrado sueños como se borraban las pizarras del colegio, con ese borrador grande y que lo dejaba todo lleno de polvo de tiza, confuso. Antes se nos quedaba pequeño el mundo, ahora, confinados entre cuatro paredes, hasta el final de nuestra calle nos parece un mundo. Quedarán dos semanas, un mes o tres, solo el tiempo lo dirá, pero no solo será duro esto, sino que parece que también lo será todo lo que viene por detrás: educación, economía, los trabajos de muchos y salud, si hay algo que tengo claro es que la sanidad, en cualquier caso, nunca volverá a ser igual, que esto no lo van a olvidar (y esperemos, que a veces tenemos la memoria muy corta). A pesar de todo ello, de las frustraciones, lloros y pérdidas, solo nos queda esperar y que esa empatía que mostramos ahora, al menos la mayoría, no quede en un vacío al pasar, que entendamos situaciones, nos demos oportunidades y tiempo, porque no todos llevamos el mismo ritmo al sanar y uno no se cura ya, así sin más. Tardaremos en volver a darnos la mano fuera de lo virtual, pero en lo literario, sigamos dándosela a quien nos necesita, también pidiendo ayuda, que nunca está de más; aprendamos a ser y no solo a estar, a apreciar y apreciarnos, quizás incluso a querer, que a veces estamos más cerca de los que tenemos más lejos y a todo hay que aprender.
Y si alguna vez te caes o piensas que no puedes más, mira a tu alrededor y recuerda que las penas compartidas se llevan mejor. Sé, siente y vive, que a día de hoy, nadie te va a exigir más.
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