17 de noviembre de 2016

Esto es algo entre tú y yo.



Un día me dijiste que tú no podías ser fuerte si yo no lo era, que me necesitabas y que sin mí te hundías. Ese día yo estaba mal, admitámoslo, una de mis tantas “depresiones” sin sentido, quizás porque me molestó lo que alguien dijo de mí, o no, yo que sé, pero tú estabas ahí para apoyarme, para sacarme de la mierda en la que yo misma me metía, sin juzgarme, sin una sola palabra negativa, solo queriéndome como tus palabras siempre habían hecho por ti. 

Han pasado los días, ahora me derrumbo menos, he aprendido a ser fuerte a base de golpes, golpes de los que al principio era casi imposible levantarse pero que ahora duelen cada vez menos. Ahora no hablamos tanto y, la verdad, temo haberte perdido y que el “si tú caes yo caigo contigo y luego te levanto” sean solo palabras vacías que retumban constantemente en mis oídos; no te veo capaz de decir algo y no sentirlo, pero quién sabe, te has refugiado en ti mismo hasta el punto de no saber si ahora soy yo la que está cayendo en picado o si eres tú quien me está arrastrando. He tratado cientos de veces de llegar a ti, de saber qué estás pensando, pero parece que solo te parece bien que yo te cuente mis problemas y me abra a ti, no que esto funcione también en sentido inverso y, dios, no sabes lo frustrante y molesto que resultas. 

Ya no sé cómo llegar a ti, es obvio que me importas, mucho, más que mucho, así que solo me queda repetirte por enésima vez que todo saldrá bien para ver cómo sonríes y me dices que sí aunque realmente pienses que la vida es una mierda, no sé, me duele el hecho de que si me acerco te alejes, pero supongo que me haría más daño verme involucrada y descubrir que no puedo hacer nada, que esta vez has decidido volar solo y te has tirado sin paracaídas a un abismo sin fondo.

15 de noviembre de 2016

Solo palabras.



Solo son palabras, dijiste, palabras rotas, vacías, destrozadas, pero palabras al fin y al cabo. Con esas palabras me rompiste, creí en ti y en esas que “solo” son palabras para acabar descubriendo que no eran palabras, eran mentiras con bordes afilados y espinas. 

Ya no sé qué hacer, conseguí romper la flor, pero la raíz sigue empeñada en hacerse cada vez más profunda dentro de mi corazón y no hay quien la saque, nadie excepto tú y tus “solo” palabras. Pero qué le voy a hacer si ya no cuento contigo, si las conversaciones se han vuelto incómodas y los silencios molestos, qué voy a hacer si el simple hecho de que alguien pronuncie tu nombre lentamente, A-M-O-R, me destruye porque ya no creo en ti. Nada. No puedo hacer nada. Tú siempre serás una espina clavada de cara insensible pero interior a pedazos, una flor que no va a volver a florecer y que tiene forma constante de capullo, cerrado, oscuro. 

Las horas pasan, los días lloran y ni por primavera reapareces, sigo siendo fría como en estos meses en que a pesar de las capas de ropa nada derretía el hielo que se había formado en la superficie de mi piel y que tú ya no eres capaz de deshacer. Rehúyo tu tacto, no lo niego, has intentado aparecer en forma de otros, pero no eres él: él era capaz de hacerme sonreír aun cuando mis pataletas me decían que tenía que seguir enfadada, que él no merecía oírme reír. 

A veces algo me hace sentir, te imagino, te veo en la cara de la gente, pero solo me dueles y es que amor y dolor van siempre unidos de la mano y es que quien se atreve a sentir tiene que admitir que, a pesar de todo, siempre existen riesgos, riesgos que yo no me vi dispuesta a vivir. He querido olvidar, a veces pienso que lo he conseguido, pero no es fácil, quizás solo sea cuestión de tiempo, años y años para no recordar un pasado que, en realidad, quiero dejar dentro de mí, porque no sería yo sin él, no sería yo sin ti.

12 de noviembre de 2016

Eras tú.



Yo no supe ser fuerte si tú no estabas a mi lado, rehuía los problemas y me negaba a mí misma que al igual que otros en las dro
gas, yo había caído en ti. Tú eras mi obsesión, mi locura, mis ganas de perderme hasta los Madrid-Barça si la recompensa era pasar un simple rato a tu lado.

Tú me has roto, me has roto en mil pedazos cortantes, pero también has arreglado cada esquina para que no me hiciese daño yo misma con ellos. Eres una contradicción en toda regla, un ángel y un demonio y, a pesar de todo, nunca fuiste para mí lo que yo quise que fueras. 

Me dolías tú y me dolía yo. No hubo nada más doloroso que el primer “adiós” que, a pesar de ser tan solo un “hasta luego” hizo que los días pasasen lentos y las semanas aún más largas. Cada vez que te ibas me moría por volverte a ver, te imaginaba, te creía a ti en la cara de todas esas personas desconocidas que pasean por las calles de Madrid, te soñaba… Y luego te volvía a ver y a pesar de no haber pasado ni un mes suspiraba por un abrazo que me cortase la respiración sabiendo que, aunque nunca llegaría, siempre me quedarían esos dos besos que me dabas casi por obligación, casi sin querer. La historia se repetía, tú te ibas y yo me quebraba pero siempre me quedaba, pensando que Madrid es más bonita cuando las Navidades se pasan escuchando historias a tu lado. Eras tú y eso, eso me era suficiente. 

El tiempo ha pasado, ahora creo ser fuerte, ya no te pienso como antes ni me dueles de la misma forma, pero aún me toco las cicatrices de este corazón que tantas veces ha sufrido cuando alguien te menciona. No estoy rota, solo herida, pero todas las heridas curan si se cuidan como el alma. Ahora solo me falta conseguir que esto que late en mi pecho y que se empeñan en llamar corazón no retumbe cuando hablas.

Cada uno ha seguido adelante, ya no existen las confesiones inoportunas ni las palabras incómodas, cada uno ha rehecho su vida y a pesar de que a veces me mata he conseguido que ese abrazo con que tantas veces soñé enamorada sea solo un paso más en esta relación de confianza.