Un día me dijiste que tú no podías ser fuerte si yo no
lo era, que me necesitabas y que sin mí te hundías. Ese día yo estaba mal,
admitámoslo, una de mis tantas “depresiones” sin sentido, quizás porque me
molestó lo que alguien dijo de mí, o no, yo que sé, pero tú estabas ahí para
apoyarme, para sacarme de la mierda en la que yo misma me metía, sin juzgarme,
sin una sola palabra negativa, solo queriéndome como tus palabras siempre
habían hecho por ti.
Han pasado los días, ahora me derrumbo menos, he
aprendido a ser fuerte a base de golpes, golpes de los que al principio era
casi imposible levantarse pero que ahora duelen cada vez menos. Ahora no
hablamos tanto y, la verdad, temo haberte perdido y que el “si tú caes yo caigo
contigo y luego te levanto” sean solo palabras vacías que retumban
constantemente en mis oídos; no te veo capaz de decir algo y no sentirlo, pero
quién sabe, te has refugiado en ti mismo hasta el punto de no saber si ahora
soy yo la que está cayendo en picado o si eres tú quien me está arrastrando. He
tratado cientos de veces de llegar a ti, de saber qué estás pensando, pero
parece que solo te parece bien que yo te cuente mis problemas y me abra a ti,
no que esto funcione también en sentido inverso y, dios, no sabes lo frustrante
y molesto que resultas.
Ya no sé cómo llegar a ti, es obvio que me importas,
mucho, más que mucho, así que solo me queda repetirte por enésima vez que todo
saldrá bien para ver cómo sonríes y me dices que sí aunque realmente pienses
que la vida es una mierda, no sé, me duele el hecho de que si me acerco te
alejes, pero supongo que me haría más daño verme involucrada y descubrir que no
puedo hacer nada, que esta vez has decidido volar solo y te has tirado sin
paracaídas a un abismo sin fondo.