3 de enero de 2018

Reflexiones (navideñas).

Me gustan las personas que rompen los esquemas, personas que no te esperas, que aparecen por casualidad. Esas personas son especiales.
A lo largo de mi vida me he cruzado con alguna de estas personas y no siempre he sabido recomponerme del efecto que han tenido en mí. Una de estas personas, quizás un par, me rompieron en pedazos y cambiaron mi forma de ver el mundo cuando menos me lo imaginaba, me hicieron llegar apreciarme, llegar a apreciar las cosas que podía hacer, creer en mí y, además, creer en ellas.
Lo que no me esperaba era la aparición de una última persona, una persona que me ha roto tantos esquemas que no sé si alguna vez seré capaz de recomponerme, de volver a ver el mundo como yo lo imaginaba, cómo creía que era y es que, quizás, el mundo no fue nunca algo fijo, sino cambiante, en el que cada persona aporta una pieza del puzzle y cuando dos piezas se juntan puede ocurrir algo maravilloso, algo muy difícil de explicar y raro, realmente raro. Quizás algunos lo llaméis amor, pero no es necesariamente eso, puede ser una simple conexión mental, el sentirte tan identificado con otra persona que sea difícil no "ver" el mundo a través de dos pensamientos en vez de uno solo.
Esta vez no sé si he perdido a "mi" persona (no me gusta eso de "poseer" a nadie), pero estoy segura de que en este poco tiempo he ganado mucho más que una amistad: he ganado en mí, he ganado en ella, he ganado en visión y en diferencias. No creo que sea algo fácil de dejar ir, al contrario, pero a veces no hay una segunda oportunidad, por ello, os pido que si alguna vez encontráis a esa persona, se lo hagáis saber y, si podéis, no la dejéis ir.